domingo, febrero 17, 2013

He recibido esta carta...

Y estoy de acuerdo con ella.
Quizá algún matiz no lo hubiera expresado así, pero no obsta para que la asuma como tal.
Y como la profesora que la ha escrito no tiene inconveniente en que se difunda, yo la asumo como propia:


DERECHOS Y PRIVILEGIOS
Texto original: Ana, profesora de instituto.

Según el Diccionario de uso del español de María Moliner, privilegio es la  excepción de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo que a los demás les está prohibido o vedado, que tiene una persona por una  circunstancia propia o por concesión de un superior. Por el
contrario Derecho es la circunstancia de poder exigir una cosa porque es justa.
Soy funcionaria, me dedico a la docencia y trabajo en un instituto de educación secundaria, en este país. Y no, yo no tengo privilegios. El sueldo que cobro es un derecho que me gano honradamente con mi trabajo. Está regulado por un convenio en el que participan y firman
todas las partes interesadas. Es transparente, cualquier ciudadano puede saber lo que cobro.
Hacienda conoce perfectamente mis ingresos, en mi declaración no cabe el  fraude ni la picaresca. Mis ahorros, pocos, están en entidades bancarias completamente controladas por el estado, y no en paraísos fiscales. Me levanto todas las mañanas a las seis y media para ir a
trabajar. Cuando regreso estoy cansada, porque, aunque no lo parezca, este oficio es agotador. Diariamente doy cuenta de mi trabajo primero a mis alumnos y por supuesto a sus padres, luego a mi director y si es preciso al inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes.
Obtuve mi puesto de trabajo aprobando una oposición, que por si alguien no lo sabe, es una prueba muy dura, y no hubo “enchufismos” de ninguna clase.
Si tengo que ir a trabajar en coche, el vehículo es propio y pago la gasolina, yo no tengo coche oficial ni chófer. Si he de quedarme a comer, me pago la comida, yo no cobro dietas. El café y el almuerzo corren por mi cuenta, y hasta los bolígrafos rojos que gasto para corregir los ejercicios de mis alumnos, los compro con mi dinero. Los libros de texto y de lectura que necesito para trabajar, de momento, nos los ceden, gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un euro a la Administración.
No, yo no tengo privilegios. Alguien podría pensar que disfruto de un mes de vacaciones más que el resto de mortales, porque los alumnos están de vacaciones. Pero mi trabajo no sólo se desarrolla en las horas que imparto mi materia, cada hora de clase hay que prepararla para el grupo en cuestión, sobre unas programaciones que elaboramos previamente, y nada de eso se hace en el aula; después queda la revisión y el análisis y la tarea de corregir el trabajo de cada alumno; durante el curso escolar trabajo prácticamente todos los domingos, y cuando no trabajo en domingo es porque lo he hecho en sábado. Si cuentan todos estos días, verán que suman más de 31, que son los que tiene el mes de julio, en que, por cierto, los más de nosotros los dedicamos a formación y preparación de materiales para el nuevo curso.
Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les dedico las 24 horas, dejando a mis hijos y a mi familia. No, yo no tengo privilegios. Y sin embargo me siento privilegiada. Sí, me siento privilegiada porque considero que mi trabajo es muy importante y valioso y realizo un servicio social. Me siento privilegiada cuando veo crecer y madurar a mis alumnos, los veo superar sus dificultades y aprender, y yo estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito. Me siento privilegiada cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi siempre con una sonrisa y cuando hablo con sus padres con la cordialidad propia de quienes comparten objetivos. Me siento privilegiada cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus vidas, de sus éxitos y sus proyectos. Y sobre todo me siento privilegiada porque trabajo rodeada de extraordinarios profesionales que se dejan la piel día a día para llevar a buen puerto esta nave que la Administración se empeña en hacer zozobrar.
Sí, estos son mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le cuestan ni un euro al contribuyente.
Con todo, no crean que quiero ponerme medallas, nada más lejos. En el fondo me siento como el siervo inútil del Evangelio, al fin y al cabo solo cumplo con mis obligaciones. Pero es importante no confundir derechos con privilegios.
Los recortes en Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en privilegios. Que no os confundan. No veáis enemigos donde hay amigos, ni verdugos donde hay víctimas como vosotros. 
Confundir es un arma del poder para camuflar al verdadero culpable.
Con todo lo que está cayendo sobre los docentes, lo que más me duele no es la pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que se nos está sometiendo. Solo pido a la sociedad, respeto.
A los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez. También les pido valentía, porque pisotear al débil es de cobardes. Los culpables de esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí tienen
privilegios, que lo paguen ellos.

martes, febrero 12, 2013

Garcilaso. Me encanta mi trabajo.


El soneto XV de Garcilaso (Si quejas y lamentos pueden tanto) es un monumento a la soberbia humana. Mi sentimiento no correspondido es semejante a la violencia de las fuerzas siderales desatadas, pero en vez de bramar como Espronceda o el duque de Rivas, la expresión se concentra, se contiene, se depura, como un aliento becqueriano, para expresar lo mismo: Culpen al cielo, yo soy inocente. O sea, que el principio de la poesía moderna y su fin tienen el mismo aliento, la fuerza poética contenida, apenas vislumbrada de dos genios: quien la empezó, Garcilaso y quien la enterró, Bécquer.
Explicar el mito de Orfeo a adolescentes me motiva a ponerlo en práctica. Imitemos a los grandes. Reproduzcamos sus palabras y colguémonos de sus cadencias insuperables.

Recuerdo a D. Rafael Morales, mi profesor, en la Universidad, hablando de la estancia dictada por Salicio que dice así:
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan,cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Ni el mismo Orfeo es capaz de producir el mismo efecto. No quiero aquí hacer ninguna disertación académica, sino solo recordar a quien me abrió la profundidad de las palabras que encierra este poeta, modelo de los que después llegaron.
Dos notas siguen sonando en mis oídos, en la voz cadenciosa de un poeta que comenta al poeta:
  1. "Dejan el sosegado sueño", quienes en vida activa son fieras, en un encabalgamiento abrupto que contrasta con la dulzura del descanso, y con la profunda aliteración de la s... Insuperable.
  2. "Tú sola". ¡Cómo suena! ¡Qué rotundidad! ¡Qué antítesis! La creación conmigo y tú enfrente. Tú te endureciste. Magistral.
Y cómo lograr que alguno se interese.
Con pasión.

sábado, enero 26, 2013

Aquí estamos

Lo de los blogs tiene su aquel.
Sirven como diario, pero compartido, un diálogo que es contigo mismo pero con el mundo como potencial espectador, lo que hace que psicológicamente no escribas para ti sino para quienes nunca te van a leer.
Sirven como comunicación, si encuentras una temática, conectas con un colectivo al que les interese y empiezas a recibir comentarios, seguidores, etc., parace en las webgrafías de no sé qué y crees que haces algo importante.
Creo que todos somos importantes aunque no tengamos un blog con miles de seguidores.

Los blogs tienen su aquel.
Sirven como memoria, de algo que has vivido.
Sirven de aprendizaje de quienes quieren compartir contigo lo que ellos escriben y a los que siguen.
Soy bloguero interruptus.

Está acabando mi cuarto año de dirección en un centro educativo. Esto es como en política, que te enfrentas cada cuatro años a un refrendo si quieres continuar liderando un proyecto, lo cual está muy bien.
Me siento fracasado. Quise incorporar a mi proyecto lo que había estado madurando durante lustros como la esencia de un proyecto exitoso (calidad, TIC, bilingüismo) y me he dado cuenta que llevar a cabo un proyecto no depende de ti. Ni de las ideas. Ni de las buenas intenciones. Ni de la adecuada financiación. Ni de la buena comunicación. Ni de que busques, ni aunque encuentres, las mejores condiciones.
Depende de fuerzas telúricas, de concreciones que superan tus expectativas y tu control. Depende de la voluntad de Dios.
Y me ha dado fracaso en mucho de lo que he emprendido, y éxito en lo que Él ha querido.
Ha construido, con las personas, un instituto; pero no mi instituto.
Solo contemplo, agradecido, lo que Él ha hecho.
Pero sigo inquieto por lo que yo no he logrado.