domingo, septiembre 21, 2008

Palabra

In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum.
Palabra, palabra de Dios, palabra de honor, palabra palabra, palabra necesaria, palabra creadora, mi palabra, palabra no dicha, palabra a palabra.
Existía al principio la Palabra. Al final lo que existe es la Palabra: es la palabra la que abre el conocimiento, el mundo. Porque lo que no tiene nombre no existe. Espera, inerte, en el limbo, a una mano de nieve becqueriana, a alguien que la pulse, que la vibre y así, de pronto se produce el fiat, el hágase, la creación.
¿Hay, acaso, algún conocimiento que no tenga una palabra como soporte?
Y, los hombres, siempre en busca de lo inefable, que es como tratar con la piedra filosofal.
Así pues, al principio, nos encararemos con la palabra, cómo los lingüístas la han estudiado, cómo es una no-unidad lingüística (las unidades, las definidas, son el fonema y el monema, no la palabra, que tiene unos límites imprecisos, grisáceos, bastante tenues para lo que exige una disciplina científica que necesita trabajar en la universalidad y no con excepciones, y la palabra como unidad lingüística vive de sus muchas excepciones).
A mí me gusta la palabra creadora, la divina, la que pinta mundos y la que sueña ilusiones, la que es motor del hombre, la que guía nuetras manos y nuestros pies, la que susurra música en nuestros oídos y la que hace abrir de sorpresa o espanto nuestros ojos.
Y cuando en clase hable de campos semánticos y familias léxicas, de cambio de significado o de sinónimos, pensad que diseccionamos, que estamos haciendo la autopsia a un cuerpo, que en cualquier momento, como nuevo Lázaro, resurgirá y pedirá que le desaten las manos y los pies para caminar, para comunicar una chispa de vida que traslade una idea creadora, genial o sutil, que puede cambiar el mundo.

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